Tiempos de incertidumbre pero también de esperanza

Por Conchita de la Corte, jefa regional Servicio Jesuita a Migrantes

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En este último tiempo me resulta muy complejo expresar con claridad lo que pienso y siento. Las emociones van cambiando cada día y tan pronto como afloran se diluyen. Y tiene sentido. En un espacio de reflexión con el equipo del Servicio Jesuita a Migrantes, nos dimos el tiempo de pensar cuáles eran las emociones más presentes desde que se inició esta crisis social.
Lo más compartido por el grupo de trabajadores y trabajadoras sociales, psicólogos y otros profesionales entre los que me incluyo, fue la sensación de incertidumbre: ¿qué pasará hoy? ¿Hasta cuándo durará este “despertar” de Chile? ¿Lograremos un cambio real? Es difícil lidiar entre esas ganas de “rutina” que, como animales de costumbre que somos, tendemos a buscar y esa voz que nos dice, al interior de nuestra consciencia, que nada puede ser normal hasta que no haya cambios profundos justicia. Sin embargo, éstos no tienen que partir exclusivamente de una parte de la sociedad sino de todos y cada uno de nosotros, de nuestro actuar de cada día, de nuestra forma de vivir y del trato hacia el otro. Ojalá sea cuanto antes porque esta incertidumbre nos causa un estrés muy sutil que se va acumulando y las consecuencias no serán fútiles.
Pienso entonces en todas esas personas que no tienen los mismos privilegios que sí tiene una minoría y viven toda su vida envueltos en esa incertidumbre agotadora: la del abuelo que sabe desde el primer día del mes que sólo en medicamentos gastará casi toda su pensión, la del niño que nunca encontró un plato caliente en la mesa o la de aquel joven treintañero que hace las cuentas y se percata de que quizá cuando esté pensando en jubilarse todavía estará pagando las cuotas de la universidad. Esto es insostenible.
La buena noticia es que la otra emoción desbordante fue la esperanza: los que trabajamos con y para las personas en situación de vulnerabilidad, sabemos que es necesario un nuevo Chile que termine con la desigualdad existente, que promueva la dignidad que todos merecemos.
Sabemos que ocurrirá (esperamos), más pronto que tarde, porque sin justicia la paz no va a llegar. Es impostergable el fin de la violencia e imprescindible que se juzgue a los responsables de los fallecidos, torturados y heridos que, según el último reporte del Instituto Nacional de Derechos Humanos (16 de noviembre), superan ya los dos mil. Por todo, nos ponemos al servicio y disposición de quien lo estime conveniente para poder avanzar en esta transformación, porque otro mundo es posible y la obligación de participar en su construcción, ineludible.