La Responsabilidad Social Empresarial (RSE) debe ser uno de los conceptos de mayor interpretación y, en muchos casos, más siúticos que se ha acuñado en nuestro país durante el último tiempo. El mismo que, durante años, se ha entendido de formas que solo Dios sabe que existen (sí, tal cual cita el comercial de Tapsín).
A mediados de los 90, los empresarios en Chile entendían por RSE el solo acto de pagar los impuestos o generar empleos. Frente a esto, el Estado debía darse con una piedra en los dientes por tal acto de generosidad.
Hoy, el concepto va desde hacer cursos de computación, capacitar a vecinos en oficios y contratar arquitectos para que “hagan más bonito” un galpón hasta traer artistas o facilitar terrenos para ferias internacionales de libros, entre otras cosas. Frente a los dos últimos casos propongo que amplíen el giro a “productora de eventos”, no solo por un tema tributario sino que será más transparente respecto a lo que algunas empresas entienden por RSE.
Si en los 90 el concepto estaba asociado a pagar impuestos o generar empleos, hoy las empresas han incorporado como bandera de lucha de la RSE el tema medioambiental. Sin embargo, el contaminar dentro de la norma es una obligación legal que, bajo ningún punto de vista puede ser considerado como una Responsabilidad Social; pues, aun cuando quieran o no, están obligados a hacerlo.
Hoy existe la necesidad de generar una nueva definición de cómo las empresas entienden y aplican su RSE. Acto que, en sí mismo, es unilateral, inconsulto, ambiguo, diverso y, lo más grave, sin una contraparte, ya sea ONG o gobierno regional, que determine si esta se ajusta a las necesidades de la sociedad donde desarrollan su actividad productiva.
Michael Porter, autoridad mundial en esta materia, en su única y última visita a Antofagasta el año 2011 criticó a las industrias presentes señalando que “la RSE quedó relegada a una oficina más de la empresa encargada de gastar el presupuesto de filantropía” .Situación frente a la cual sostuvo la necesidad imperativa del cambio de RSE a “valor compartido” el cual involucra un compromiso real con problemas sociales. (Nunca más se le volvió a invitar y dudo que lo hagan en un par de años luz)
Llegó el momento de una redefinición de las RSE que apunte a temas de largo plazo. Un nuevo trato que vaya en la dirección de un desarrollo sostenible en el tiempo y en la línea, junto a la contraparte hoy inexistente, de pensar en la Antofagasta del futuro; aquella que requiere de una diversificación de su industria.
Es decir, una Responsabilidad Social Empresarial que esté a la altura del debate sobre qué pasará cuando se haya extraído y transportado la última tonelada de este recurso finito que se da en la región minera de Chile.