Siempre, desde la belleza del pensar, en ser persona para vivir en los valores fundamentales, ello implica vivir, enfrentar y superar las pequeñas averías de lo humano, laboral y cotidiano que se desgrana como el mineral, por las desconfianzas en que se intenta más transparencia, menor corrupción y más recursos para quienes más necesitan; puesto que, muchas Instituciones han malversado millonarios caudales públicos de todos (as) los (as) chilenos (as) ,transformándose en espacios grises que, como una pandemia, recorren el territorio nacional.
En nuestro tiempo, más allá de la Pandemia y sus dramáticas consecuencias, habitamos una sociedad y familias cuyos espejos radiográficos nos muestran una profunda crisis de valores, en la ausencia de la humildad, transparencia, ética y verdad que, parecieran sobrevivir con desesperanza en el mundanal ruido de la globalización y digitalización de la sociedad de la incomunicación y exacerbación del individualismo competitivo y egoísta en que respiramos la inerte aceptación y naturalización de un mundo de las relatividades valóricas y en el que impera la mentira que envilece al ser Humano y a la sociedad.
Por ello, desde el pensar y el actuar, os invito en el septiembre de banderas que enarbolemos el emblema de la sociedad tejida con conceptos, principios y acciones éticas y transparentes de la formación valórica; enseñando y actuando en consecuencia; es decir, de la humildad, sin complejos de superioridad, ni vanagloria; con transparencia, translúcido, viendo de un lado al otro, sin nada oculto; siguiendo la ética, en el cumplimiento de las normas que regulan el comportamiento deseable y la verdad, en la convicción absoluta de conformidad de lo que se piensa, se dice y se siente.
Recordando a algunas lecturas en que los clásicos decían: “La verdad genera odio” (veritas parit odium) y, lamentablemente, en más ocasiones de lo que pensamos, se busca el servicio a sí mismo, que oculta la verdad, privilegiando la mentira, y se silencia y/o, se excluye a los que dicen verdades que no se quieren, ni son convenientes escuchar; actuando con soberbia, ignoran a las voces libertarias, sin sumisión y supuestamente disidentes; porque no interpretan las voces que sólo pretenden contribuir a la reformulación del desdibujado horizonte de la sociedad; afortunadamente, desde la palabra, en lenguaje convencional o el poético, se sobrevive a la censura y al destierro y, más temprano que tarde, se reconoce, no solo por su acción inspiradora e imaginativa, sino por su calidad inagotable de conocimientos.
Entonces, para avanzar, necesitamos; ser críticos de nuestras propias creencias; porque, sólo así podremos ascender y trascender hacia la coherencia entre lo que decimos y hacemos; ya que, sabemos que: “Una conducta es más mucho más poderosa que mil palabras”; así también, sabemos que los perfiles soberbios, escondidos en la autoridad de la jerarquía, enferman a sus ciudadanos y desvanecen en ellos, la esperanzas de alcanzar verdadera significación de nuestras Existencias: La felicidad y el bienestar inherente al hecho de «ser personas».