Un proverbio árabe sostiene: «La confianza crece con la lentitud de una palmera, pero cae con la rapidez de un coco». En nuestra nación, la confianza se perdió hace mucho tiempo, erosionada por financiamientos ilegales en la política, sobresueldos, colusiones y la proliferación de innumerables promesas incumplidas por parte de diversos políticos y candidatos. La lista de agravios es extensa.
En los últimos meses, los golpes a la confianza se han multiplicado. Basta con observar a los jóvenes que llegaron al gobierno u ocuparon cargos públicos con la promesa de renovar la política y erradicar las malas prácticas de la «vieja política». Afirmaron ser moralmente superiores a sus predecesores, pero al asumir el control de los recursos públicos, lo único que han renovado son las formas de corrupción y la manera de desviar fondos públicos hacia sus propios bolsillos o los de sus partidos.
La rapidez con la que estos nuevos políticos, inicialmente vistos como impolutos, mentes limpias, altruistas y desinteresados, actuaron de manera delincuencial nos lleva a cuestionar si la corrupción no es, en última instancia, algo inherente al ser humano. ¿Podría ser verdad que cualquier persona, colocada en una posición donde pueda abusar, lo hará sin dudarlo? En otras palabras, ¿será cierto que «la oportunidad hace al ladrón»?
Diversas encuestas que evalúan la reputación de diferentes sectores coinciden en situar a empresarios y políticos en los últimos lugares. Hace ya varios años, un conocido empresario convertido en político bromeaba diciendo que, como político y empresario, solo le faltaría administrar una casa de citas para caer aún más en la aceptación de la ciudadanía. Una triste broma que refleja el bajo aprecio hacia estos sectores.
Recientemente se ha sabido de algunas reuniones secretas, o al menos intentaban serlo, así lo exigía el anfitrión, entre personeros de gobiernos, políticos y empresarios en el departamento de un “lobista”, eufemismo con el que se intenta suavizar lo que realmente es, un representante de intereses privados o particulares, palabras que suenan muy duras o comprometedoras para la gente común, los chilenos somos muy dados al uso de eufemismos, hipocresía le dicen otros. En fin, volviendo a lo de las reuniones, es obvio que estas reuniones, comidas, contubernios, realizadas sin conocimiento de la gente común, no contribuyen a la recuperación de la confianza, muy por el contrario, nos muestran que, pese a todo lo que ha sucedido, persisten “los poderosos” en decidir el destino entre unos pocos y entre cuatro paredes. El propio presidente, que siendo diputado repudiaba esa costumbre, hoy dice que las apoya, que sirven para llegar a acuerdos, parafrasea al padre Hurtado, “dialogar hasta que duela”. Al que le duele es al ciudadano común y corriente, el que no participa de ese selecto grupo del poder que decide y acuerda los destinos de todos entre unos pocos, con canapés y bebidas de por medio.
La confianza se perdió, hoy, con reuniones privadas de por medio, el tiempo para recuperarla tiende al infinito.