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viernes, 22 noviembre, 2024
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Columna de opinión

A la vida de Silvina Valdés: “Dice la verdad, quien dice sombra”

"La vida hermosa y llena de sentido por los otros que vivió Silvina, nos invita a conjugar la felicidad de haberla tenido en este mundo, su paso por nuestras vidas nos invita a intensificar nuestros momentos felices, la sabiduría con la que vivió su breve vida", Marcela Mercado, gestora cultural

La muerte es irrepresentable en tanto experiencia, es imposibilidad de decir una palabra postrera luego de morir, y esto ha generado un tema muy fértil para la imaginación alegórica. ¿Cómo nos explicamos la partida de una mujer joven y valiente, una madre excepcional, una activista impenitente por los derechos de las mujeres, una risa esperanzada en la construcción de un país mejor?

Ante la partida de una amiga, el único refugio que (me) queda es la Literatura, que Silvina tanto apreció como valor estético y de cambio cultural. En este sentido, me permito explicarme el absurdo de una partida repentina y temprana a través de lo único que me queda siempre que es la palabra escrita por otros.

Data de la extremadamente alegórica Edad Media, un clásico mortuorio: la Danza Macabra, se trata de un género artístico que consiste en una alegoría del poder igualador de la muerte. La danza macabra se origina a fines del siglo XIII y representa a la muerte personificada, quien llama a su baile a personas vivas y muertas, todas de diferentes castas sociales, el Papa, el Emperador, los niños, el clérigo, todos son llevados hasta la tumba. Uno de los poemas que pertenecen al género es la danza general, encontrado en España, que data del siglo XV, en él La Muerte dice: “A la danza mortal, vengan los nacidos, que en el mundo son de cualquier estado, la muerte es la democracia absoluta”.

Otro tópico que une literatura y muerte es el llamado “memento mori” que significa “recuerda que vas a morir”. Los textos literarios que giran en torno al memento mori, reflexionan sobre la brevedad de la vida y la fatalidad de su cierre, sobre el carácter efímero de las acciones de la existencia y de las cosas. Francisco de Quevedo escribió en su soneto Salmo XVIII: “todo tras sí lo lleva el año breve, de la vida mortal burlando el brío, al acero valiente, al mármol frío, que contra el tiempo, su dureza atreve” y cierra el poema con los versos “corto suspiro, último y amargo, es la muerte forzosa y heredada, mas si es ley y no pena, ¿qué me aflijo?” Quevedo exhibe la consciencia de la finitud de las cosas y, a su vez, la percibe como una suerte de ley universal, general e implacable que, por lo tanto, no debe generar desesperación en el ánimo, sino más bien aceptación.

En cuanto a la muerte del otro, la literatura tiene un género destinado a esa experiencia: la elegía. El poeta Ovidio escribió una elegía a la muerte de Tibulo, que era otro poeta latino: “si a la belleza de tu canto fías, que ha de salvarte de la tumba helada, mira a Tibulo en postrera morada, en urna breve, sus cenizas frías”, pero luego, Ovidio articula la posibilidad de una morada más allá de la muerte para lo que resta de la partida del cuerpo de Tibulo “si somos más que sombre fugitiva, si un resto acaso de existencia dura, de los Elíseos campos la espesura, en su seno tu espíritu reciba”

Es en esta posibilidad que nos muestra Ovidio, donde encontramos la clásica pregunta que siempre aparece, y que tantas religiones han buscado colmar, con respecto a la muerte: ¿qué pasa después? ¿en dónde están los que amamos y se han muerto? O, tal como lo expresa la pregunta latina: ubi sunt.

Con este breve golpe de vista sobre los discursos e imágenes que tiene la Literatura y que circulan a nuestro alrededor, sabemos que la muerte, siempre dolorosa, tiene un lugar sesgado e incómodo en nuestra cultura, procuramos estirar nuestra vida y pensar siempre en presente, atrapados y atrapadas en la maquinaria de la productividad y la actualización. Pareciera que en nuestras sociedades  se trata más bien de saltar por encima de la interpelación y de la imposibilidad de saber morir para, directamente, rellenar nuestra vida de información y sentidos que aplazan, hasta el extremo, el pensamiento sobre la muerte, la propia y la ajena.

Desde este espacio, expresamos nuestro dolor profundo por la muerte de de Silvina, amada madre, compañera, activista y amiga, y nos valemos de la literatura, refugio de algunos, para unir con un hilo luctuoso. La vida hermosa y llena de sentido por los otros que vivió Silvina, nos invita a conjugar la felicidad de haberla tenido en este mundo, su paso por nuestras vidas nos invita a intensificar nuestros momentos felices, la sabiduría con la que vivió su breve vida.

En el final, mientras esperamos el tren de regreso, repetimos los versos de Cela: “mira en torno, vé cómo alrededor todo se hace viviente, en la muerte, viviente. Dice la verdad, quien dice sombra”

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