El propósito de esta columna es exponer serenamente cómo entiendo yo el argumento conservador contra el así llamado matrimonio igualitario. Para orientar, numeraré los pasos del argumento.
- No se es persona humana en abstracto, sino desde la femineidad o la virilidad. La sexualidad modaliza la personalidad. Por lo tanto, cuando en el acto sexual hombre y mujer se entregan recíprocamente en su femineidad y en su virilidad, se entregan desde su ser personal. Esta premisa implica que el acto sexual entre hombre y mujer no es mero activarse de órganos reproductivos, no es pura biología, sino algo que les involucra totalmente, como personas.
- Puesto que el acto sexual involucra a toda la persona, se expresa tanto en su corporalidad como en su espiritualidad. “Espiritual” no en sentido religioso: espíritu es pensamiento, decisiones, relaciones con los demás. Puesto que la persona no es un espíritu que está encerrado en un cuerpo, sino un cuerpo espiritualizado y un espíritu incorporado, la completa donación que el acto sexual expresa corporalmente, o es completa donación en el plano espiritual (compartir la vida entera), o es un acto falso, truncado (cualesquiera sean las intenciones de las personas que así se unen).
- Pues bien, esa completa donación es precisamente el matrimonio. En el matrimonio hombre y mujer comparten la vida entera, dándose y recibiéndose existencialmente el uno al otro, de la misma manera que en el acto sexual se dan y reciben en su virilidad y femineidad (es decir, en toda su personalidad: paso 1). De esta forma, matrimonio y acto sexual son como las dos caras de una misma moneda, donde varía solo el punto de vista. Si no hay acto sexual (sino manifestaciones de afecto con connotación sexual, que no requieren la intervención de la femineidad y la virilidad), no hay verdadero matrimonio, sino otra forma de amistad estructuralmente distinta.
Cada paso requeriría precisiones (recomiendo el trabajo de Girgis, George y Anderson “¿Qué es el matrimonio?”, traducido al castellano). Limitémonos a notar lo siguiente.
- El argumento conservador de fondo no es moral ni religioso, sino descriptivo. Los conservadores no piensan que el matrimonio igualitario esté “mal”, sino que está “equivocado” (aunque este error tenga implicancias morales). La nueva ley no yerra porque se desvíe de lo que el matrimonio debiera ser, sino –ante todo– porque se desvía de lo que el matrimonio de hecho es.
- En consecuencia, la posición conservadora acerca del matrimonio no exige un juicio moral sobre las manifestaciones de afecto (“romántico”, se entiende) entre personas del mismo sexo. Muchísimo menos implica un juicio de valor sobre personas con diversa orientación o identidad de género. Es verdad que las premisas del argumento sí tienen consecuencias para la valoración moral de conductas relacionadas con la sexualidad (individuales o con personas del mismo o de distinto sexo); al fin y al cabo, todo tiene que ver con todo. Pero, para que el argumento conservador sobre el matrimonio se tenga en pie, no se necesita reprochar nada a nadie.
- Finalmente, la posición conservadora no se funda en razones de política pública. Si las hay, es interesante conocerlas para comprender la importancia del tema; pero si fueran difíciles de acreditar o no convencen a todos, no importa. Como la posición conservadora se funda en una visión de la persona humana, su argumento no necesita estadísticas ni encuestas.
La columna llega con algo de retraso, porque el matrimonio igualitario ya es ley. Sin embargo, quizás sirva para comprender por qué algunos conservadores somos tan tercos.
