Scorsese lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a hacer una película de las que causan impacto y dejan huella en la historia del cine. Y ha vuelto a hacer otra película de mafiosos sólo que esta vez muy alejada de lo que fue Casino, Gangs of New York o Infiltrados. En esta ocasión nos traslada a un tema mucho más actual y que nos afecta a todos: la corrupción de Wall Street.
La película, una historia real, aunque no lo parezca, nos narra la vida de Jordan Belfort, un chico que comienza su carrera como bróker en Wall Street y que poco a poco se va corrompiendo. Lo que empezó siendo una empresa fundada en un garaja, Stratton Oakmont, termina siendo una bacanal de dinero, sexo y drogas, gracias a las grandes dotes comerciales y de liderazgo del joven Belfort. Su mal encaminado liderazgo le arrastra a él y a sus colegas a un mundo de delincuencia, la malversación de fondos, el blanqueo de dinero y las drogas…muchas drogas. De todas las formas, colores y reacciones. Y mucho sexo, en cualquier sitio, con mucha gente y muy marrano.
Tres horas de excesos, corrupción, adicciones, avaricia y orgías… que comienzan de la forma más «honesta» posible: lanzando un enano contra una diana. Esta es la primera del rosario de barrabasadas que nos esperan en una cinta en la que, para desenmascarar la gran mentira capitalista, Scorsese huye de todo tecnicismo financiero para alumbrar un vertiginoso y contundente tratado sobre la degeneración y la codicia.
Virtudes que Jordan Belfort personifica como nadie. «A diario tomo suficientes drogas como para sedar a Manhattan, Long Island y Queens durante todo un mes» o «El dinero te hace mejor persona» son dos frases que resumen perfectamente al personaje que encarna un colosal y explosivo DiCaprio. Junto a una extraordinaria actuación encontramos a su vasallo y fiel escudero, Donnie, interpretado por un genial Jonah Hill, debemos algunos de los momentos más hilarantes y bochornosos de la cinta. Ahí es nada.
Tres secuencias le bastan a Matthew McConaughey para sentar las bases financieras y filosóficas de la farsa de Wall Street y para fascinarnos con su grotesco personaje hasta el punto de comenzar a golpearnos el pecho al ritmo de su himno de autoestimulación. Un concepto fundamental para «tener éxito en el negocio de valores».
Una obra de arte, aunque sus críticos dirán que reiterativa y vacia, pero que en sus tres horas de duración, no nos deja indiferentes y que te hace partícipe de su frenesí de barbaridades. Que te hace reír y que tiene un excelente poderío visual. Gracias, Scorsese.
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