Hoy, 18 de Agosto, cada año se celebra el Día de la Solidaridad, junto con la conmemoración de la muerte de San Alberto Hurtado, ocurrida un día como hoy del año 1952, a la edad de 51 años.
Las celebraciones de este día ya no son como las de antes: el cisma de la Iglesia Católica como institución, ha golpeado un concepto que, para la historia de Chile, parece haberse germinado en la vida de este sacerdote jesuita, declarado santo por el Papa Benedicto XVI el año 2005, cuya imagen está fuertemente vinculada al Hogar de Cristo y que, durante décadas, nos sonrío en las Cajas de los Supermercados, pidiéndonos el vuelto, en campañas de financiamiento de la organización.
Pero Alberto Hurtado fue, ante todo, un hombre y sacerdote de su tiempo. Gran escritor de libros, crónicas, columnas y cartas, fue capaz el año 1941 (décadas antes del concilio Vaticano II) de lanzar una pregunta al ruedo: ¿Es Chile un país católico? Es cierto que hablamos de otro país, de otro plantea, tal vez. El modelo hacendal imperante en Chile estaba fuertemente vinculado a la Iglesia y sus valores de caridad, austeridad y respeto por el orden establecido. Y, de ese orden somos herederos aún, para bien y para mal.
En el libro que lleva el provocador título, Alberto Hurtado exhorta, principalmente a los jóvenes, poniendo una fuerte tensión entre la oración y la acción:
«A la Juventud Católica de Chile, sobre cuyos hombros reside el porvenir de la Iglesia y de la Patria dedica el autor estas páginas laboriosas pidiendo al Padre de todo bien que suscite entre sus hermanos, los jóvenes chilenos, apóstoles de Cristo, que hagan mejor y más bella la vida en este Chile que nos vio nacer»
En el texto, el sacerdote realiza un estudio que mezcla condiciones culturales y económicas; dota de marco teórico, realiza una fuerte crítica a los sistemas totalitarios, pone en el centro la existencia de las JOC (Juventudes Obreras Católicas), resalta la “amargura del pueblo” al ver mejorar sus condiciones de vida, pero advierte cómo se agudiza la desigualdad. Un germen de lo que sería lo que el sociólogo Alberto Mayol denominaría “el malestar”, fundamento de la crisis de modelo actual.
En la obra narrativa y en el accionar del Padre Hurtado, reconocemos algunos pilares: Cristo es el pobre, esto es, la medida es el pobre. Esta afirmación, tan lejana a los conceptos actuales de “movilidad social” y “meritocracia” que impregnan nuestra sociedad hoy. ¿Qué haría Cristo en mi lugar? Como invitación a un discernimiento que rompe con la institucionalidad que impone la norma por la norma, nos habla de un discernimiento inspirado en valores y la ética del otro, en el lugar de lo espiritual.
Finalmente, su célebre sentencia “La caridad empieza donde termina la justicia” quizá sea una de las grandes interpelaciones de nuestro tiempo. Chile cambió, a los grandes valores de antaño, al valor y la conciencia de casta, le siguieron una conducta individual y de consumo, pero, incluso, ante ello, el Santo nos lanza una respuesta:
“Nos quejamos de que los tiempos son malos… Digamos con San Agustín: “Seamos nosotros mejores y los tiempos serán mejores. Nosotros somos el tiempo”
