El documental “Las Dawsonianas” cuenta los testimonios de las mujeres de los presos políticos de la dictadura militar en el campo de concentración de Isla Dawson, en la Región de Magallanes. Es protagonizado, entre otras, por Moy de Tohá, Isabel Morel Gumucio, Lily Castillo, Irma Cáceres, Kenny Hirmas, Adriana Rondón González, Elisa Cruz, Angélica Silva, Angélica Beas, Mercedes Costa, Lila Ojalvo y Moira Lavanderos.
La obra fue producida por los periodistas Angélica Beas Millas y Sergio Campos, el documental debutó en el Circuito de Festivales con una Nominación a Mejor Tráiler, en TMFF – The Monthly Film Festival, evento realizado el 30 de diciembre 2022, en la Ciudad de Glasgow, Inglaterra y esta semana, «Las dawsonianas» destacaron con una mención especial en la sección «Environmental/Social/Political/Justice Award» de los premios Latino and Native American Film Festival (Lanaff), realizado en el evento Adanti Student Center en Estados Unidos.
Se trata de una composición de factura impecable, sobrio en su dramatismo y que cuenta, por sobre todo la amistad de un grupo de mujeres que tuvo que enfrentarse al poder, al descrédito, a la pérdida de sus amores. Pero que encontró, en la organización entre ellas, la fuerza, contención suficiente para hacer frente a una dictadura implacable.
Cada crisis nos recuerda el protagonismo de mujeres en el espacio público: mujeres liderando Ollas Comunes para enfrentar la crisis social en pandemia, mujeres protagonistas de las marchas multitudinarias del Estallido social y madres organizadas exigiendo justicia para sus hijos presos por hechos de La Revuelta, conocidas en nuestra ciudad como las “Madres de la Plaza colón”
Surge, entonces, un concepto que se ha instalado en el imaginario común, el concepto de “sororidad”.
Pero ¿qué significa “Sororidad”? ¿qué puede significar hoy en la necesidad de crear una política feminista y, sobre todo, una ética femina? Parece interesante de pensar en un tiempo en que se hace necesario un modo distinto de pensarnos y generar nuevos modos de praxis política. ¿Cómo nos abrimos alespacio público, para poder pactar entre nosotras que, históricamente, hemos sido quienes quedamos excluidas del pacto social o de la construcción de éste?
Es importante sacarnos de encima, en primer lugar, esta idea de que “sororidad” significa que nos tenemos que llevar todas bien, sino que abordar la sororidad como una estrategia. Podemos decir, entonces, que la noción de “sororidad” es poder crear pactos, estrategias, en donde las múltiples y diversas subjetividades feministas y femeninas, nos podamos encontrar en pequeños espacios de lucha, donde tenemos un montón de diferencias políticas, de creencias, etc. y lograr hacer lo mismo con otros colectivos, también marginados.
¿Cómo hacemos entender a los varones que están dentro de las luchas populares, que tienen que oír nuestros reclamos y que es necesario que todas las luchas adopten esta mirada porque, de lo contrario, siempre vamos quedando relegadas, a pesar de que nosotras sí incorporamos otras dimensiones y otras intersecciones dentro de nuestros pensamientos y formas de organización?
Así, se puede hacer un uso bastante interesante del concepto de sororidad, no sólo como un pacto entre mujeres, sino extenderlo y poder hacer comprender la necesidad de crear nuevas dinámicas de hacer política, que no estén dentro de la matriz de la política violenta y dominante, de potencia y de poder, en el sentido de dominación de la política en términos patriarcales.
La sororidad ha sido entendido, pues, como un mecanismo que busca crear algo completamente distinto de lo que hay, en términos de dominación patriarcal. Simone de Beauvoir decía, en 1949, que nosotras nunca nos hemos reconocido como “sujetas políticas” y la política, el espacio público y el discurso público ha estado dominado por los varones y, en este sentido, la sororidad, entendida como una praxis política feminista, tendría que darnos la oportunidad de poder pensar en otros modos de hacer política que son mucho más abarcativos y distintos: un lugar donde no da todo lo mismo. La idea es poder pensar un espacio de acción que no sea sólo de mujeres, naturalmente, sino un espacio que sea para todos. En ese sentido, el feminismo tiene una potencia de cambio para bien en el modo de poder habitar el espacio público, los discursos que transitan ahí y, en definitiva, en el modo de cómo nos organizamos como sociedad. En este sentido, cuando profundizamos acerca de la política feminista, nos podemos encontrar, realmente, con un proyecto de bienestar para todas las personas, no sólo para las mujeres.
Finalmente, la sororidad, como todos los conceptos, es un lugar abierto. Los conceptos mutan, las prácticas mutan y hoy en día, cuando hablamos de sororidad estamos hablando de un pacto entre mujeres, entre todas las compañeras feministas, todas las femeneidades y, además, de una gran alianza con los varones, porque los necesitamos. El feminismo es una postura política, no hace falta tener ningún tipo de condición anatómica para poder ser llamada feminista, pero en ese ser feminista es necesario ver cuál es la dinámica de opresiones y privilegios que manejamos dentro de la sociedad para poder llevar adelante este feminismo de una manera honesta, pues, si de algo hay certeza, es que de eso también habla la sororidad.
El encuentro con Angélica Beas, productora del documental “Las Dawsonianas” la noche del jueves pasado en el Teatro La Chimba de Antofagasta fue un ejemplo de aquello, en las butacas la escuchaban mujeres migrantes, organizadas en el Club de Lectura Boquitas Pintadas. Angélica contaba el proceso amoroso y profundamente político que vivieron en el momento en que les fue arrancada la vida que habían conocido. Hablaban de haber sido “maternadas” por Lily Corvalán, del feminismo teórico de Isabel de Letelier, la fuerza telúrica de Moy de Tohá. Una noche en que se tendió un puente de sororidad.