En el centro y sur de Brasil experimentan un déficit hídrico histórico. También en el río Paraná, Argentina, donde se ha detectado el fenómeno más crítico en 77 años; y lo mismo ocurre en Chile, que vive su peor sequía en seis décadas.
La situación es especialmente difícil en la zona central, donde miles de habitantes reciben agua diariamente gracias a camiones aljibes, mientras se han registrado temperaturas récord de hasta 30 grados en invierno.
La ONU estimó que a nivel planetario unas 2.000 millones de personas viven en países con graves problemas de acceso al agua. También cree que en los próximos años dos tercios del planeta podrían experimentar escasez del líquido.
El momento es preocupante y está difícil apostar a resolverlo por las vías místicas o las constitucionales, ya que no lloverá ni por rogativas chamánicas, ni menos por decretos de cualquier tipo: parece mejor seguir avanzando con una tecnología disponible y conocida para nosotros y para varias naciones del mundo.
Cinco desaladoras -tres de las cuales son las más grandes del planeta- suma Israel, el país que más ha avanzado en esta materia, al punto que esta tecnología implica el 80% de la oferta para consumo de agua.
El costo fue cero para el Estado: construyeron los privados y se acordó que la producción sería comprada y pagada por los ciudadanos. De esta manera, una nación cuyo territorio es desierto en un 50% ha logrado sobrevivir a la escasez e incluso se da maña para exportar un bien cada vez más valioso.
Chile y Antofagasta no están atrás. El 80% del agua consumida en la capital regional proviene de la desaladora de Aguas Antofagasta que, además, provee el 100% del consumo de Mejillones. Con una capacidad de 1.056 litros por segundo, la empresa ahora trabaja en su ampliación para alcanzar los 1.600 litros por segundo.
Tocopilla es otro caso: la ciudad es abastecida con la planta inaugurada en 2020.
La gran minería está haciendo lo suyo con los desarrollos (agua salada de mar) de Centinela y Antucoya, del grupo Amsa; y Sierra Gorda scm y Escondida, de BHP, que pronto sumará a Spence, ambas usando agua de mar desalada.
Codelco lleva años prometiendo hacer lo suyo para llevar parte del agua que requieren sus faenas desde el puerto salitrero. Por último, también podemos sumar el proyecto que presentó la empresa Cramsa para parte de Antofagasta y Calama.
El próximo mes se verá otro hito: la primera desaladora estatal del país entrará en operaciones en Atacama y abastecerá al 75% de la población de esa región, unas 220 mil personas de Chañaral, Copiapó, Caldera y Tierra Amarilla, mientras se analizan las posibilidades de avanzar a desarrollos similares para las regiones de Arica y Parinacota, Coquimbo y Valparaíso.
¿Cuál es entonces el problema? No es de factibilidad, sino de costos. El m3 de agua producido por una desaladora cuesta del orden de 0,5 dólares, el doble de lo que vale el mismo margen en Santiago.
No obstante, es un camino sin retorno. Solo para efectos de énfasis vale la pena citar que el agua ya es transada en el mercado de futuro de materias primas de la Bolsa de Nueva York.
El cambio climático es una de las grandes superestructuras que dominará la agenda de las próximas décadas. El concepto manido de que estamos entrando a un planeta desconocido es cierto y ante ello solo queda prepararnos. Los efectos ya están a la vista: récord de temperaturas, inviernos y lluvias cortas e intensas, desaparición de especies animales y vegetales, ante lo cual solo nos queda trabajar para anticipar y evitar lo que puede ser aún más difícil.
Impensadamente, la solución concreta para el país podría venir desde la experiencia acumulada en el desierto más árido del mundo: el nuestro y, de paso, aprendamos que el medio ambiente no es una colección de objetos, sino un complejo sistema interconectado donde todos dependemos de todos.