En 2016, el diccionario Oxford elegía el neologismo “posverdad” como palabra del año. Desde ese entonces, muchas líneas se han escrito al respecto e incluso la Real Academia de la Lengua Española la incluyó en su diccionario, definiéndola como una “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”.
Esta definición, viene a sintetizar un fenómeno que se ha ido profundizando a partir de la masificación del uso de las redes sociales: el “yo quiero (y debo) tener la razón, a cualquier coste”.
Este fenómeno, en el que cada persona cree que su punto de vista es el correcto y que el resto “está equivocado”, ha provocado varios males en la convivencia en redes, como la exacerbación de posiciones extremas (resurgimiento de nacionalismos, racismo, xenofobia, etc) o la proliferación de noticias falsas (fake news) a través de “medios de comunicación” (sí, entre comillas) que se dedican exclusivamente a la construcción de este tipo de contenidos.
Hoy en día, las personas no quieren informarse, sólo buscan tener la razón. A partir de esta idea, vemos cómo los usuarios, con tal de encontrar argumentos o un acomodo a ideas muchas veces equivocadas, encuentran en estas noticias falsas un apoyo ideológico y argumental. Da igual que sea mentira, lo importante es “que me de la razón”.
En este conexto, los debates o conversaciones en redes (y en el mundo real, porque no), se convierten en un diálogo de besugos, donde dan igual las ideas que expone la contraparte, y que generalmente termina con un bloqueo, no sin antes llamar al contrincante “facha”, “nazi”, “comunista” o algún otro epíteto.
Esta intolerancia a las posiciones divergentes es conocida como “homofilia” (literalmente amor a los iguales), que se define como la tendencia a relacionarse sólo con personas que se parecen a ellas. La similitud puede ser respecto a diferentes atributos como creencias, clase social, educación, edad, etc.
Las redes sociales facilitan que nos aislemos de ideas contrarias a las nuestras. Por ejemplo, el algoritmo de Facebook está diseñado de manera que veamos sólo las publicaciones que el sistema sabe que a ti o a tus amigos les pueden gustar, para que estés más tiempo conectado. Si conoces a alguien que le gusten las armas, van a llegarte posts sobre eso.
Lo anterior parece contradictorio. Estamos viviendo la era en la que el acceso a la información es cada vez más democrática, y donde podríamos enriquecernos de ideas y puntos de vistas variados que nutran nuestro desarrollo intelectual. Sin embargo, ocurre el fenómeno contrario: la proliferación de grupos autorreferentes que niegan incluso hechos objetivos y comprobados científicamente: antivacunas, grupos que dicen que la tierra es plana, asociaciones xenófobas, racistas, homofóbicas, por mencionar algunas.
Esta paradoja informativa, en la que efectivamente tenemos más acceso, pero que ha servido para profundizar la ignorancia como en los casos antes mencionados, nos tiene que hacer reflexionar sobre las siguientes ideas: ¿es válido pretender tener la razón a cualquier coste, incluso usando noticias falsas? ¿Son las redes sociales, culpables de la desinformación?
Se me hace preocupante que se normalice que grupos de personas ignoren trabajos serios de investigación o evidencias científicas, solo porque no coinciden con su marco teórico de creencias. Al final, está siendo más importante “tener la razón” que estar bien informado.
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