De la mera observación, podríamos decir que existe un principio que rige la estrategia política comunicacional de la clase política en su conjunto es: “si no puedes gobernar, al menos trata de dominar la conversación pública”. Parece que la lógica es que se discutan muchas cosas para que no se debata ninguna, que los medios se preocupen de los enemigos poderosos imaginarios, para que no se ponga el foco en los problemas reales, que la agenda se multiplique para que no haya ninguna agenda.
Esto se hace más evidente en acciones como las que se anuncian en agendas urgentes como educación y seguridad, un debate que no pone el foco en los sujetos, sino que tiende a ser meramente punitiva, en el caso de la seguridad y donde la educación parece no ser estimada como la gran solución a los problemas que nos enfrentamos.
No se vislumbra en el debate la intención de abordar una problemática que es histórica y que se ha agudizado de modo dramático que es el tema de los jóvenes y la educación. De la observación que nos permite un arduo trabajo en territorios como los asientos irregulares o Campamentos en Antofagasta, podemos señalar que los mayores índices de deserción escolar está en el grupo de jóvenes entre 14 y 18 años. La razón es que nos enfrentamos a más del 60% de hogares con madre mono sostenedora y, entonces, el hijo mayor debe abandonar la educación para hacerse cargo de sus hermanos menores.
Por ello es que nos interesa pensar este asunto desde la juventud como concepto y en el uso y abuso que suele darse en torno a él. Lo primero, y que resulta obvio, es que la juventud es una categoría sociohistórica. Esto significa queno es lo mismo ser joven hoy que ser joven hace cincuenta años, hace cien o en la antigua Grecia. No sólo porque varía el rango etáreo, sino también porque varía el estatuto que se le da a lo que se considera como juventud en cada cultura.
Con la pérdida de las jerarquías y las crisis de la autoridad de los adultos, hemos mirado a la juventud como una suerte de Edén. El statu quo corteja a la juventud, la usa y todo el tiempo propone o crea una serie de mandatos a partir de ella, de su imaginario. Existe una estética que produce toda una economía de mercado y que la convierte en un paradigma orientador de consumos y actitudes. Se le impone al adulto que tenga o cultive características propias de los jóvenes, como ser siempre un ser activo, actualizado y renovado, la exigencia de la tersura de la piel, etc.
Lo problemático es que no existe un reconocimiento de los valores propios de la juventud, con sus efervescencias luminosas, como su poder de renovación, de emergencia social, de novedad, el rol que han jugado siempre en los cambios históricos o la función de relevo que deben cumplir de la función política. Estos valores solamente pueden aparecer a la luz del acceso a una educación de calidad que permita la inclusión de los jóvenes en el orden social, un orden que les otorgue posibilidades y les exija responsabilidad. La pensadora Hannah Arendt el año 1957, en su texto “La Crisis de la Educación” señala “La educación es el punto en el que decidimos si amamos el mundo lo bastante para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina, de no ser por la renovación, de no ser por la llegada de los nuevos y los jóvenes, sería inevitable”
Requerimos, con urgencia, una mirada crítica en los discursos de las autoridades. ¿Qué es ser un adolescente pobre? por ejemplo, ¿un foco privilegiado de vigilancia y control? ¿Qué tiene nuestra cultura para un adolescente deprimido, además de la ingesta indiscriminada de medicamentos?
Lo que no siguen viendo es que se trata de JÓVENES. Que necesitan una sociedad ADULTA que los provea de autoridad, cuidado y educación y no criminalización, modelos de autoridad positiva desde un modo afectivo. Una protección que no sea policiaca ni paternalista, una protección afectuosa. Necesitamos, urgentemente, una BUENA EDUCACIÓN PARA TODOS Y TODAS.
Requerimos relatos y discursos coherentes, una cultura que les permita desarrollarse de un modo afectivo en el mundo. Un protagonismo que les permita ser reconocidos como los constructores de una sociedad más justa, menos desigual, necesitamos de adultos que les permitan construirse a nuestros jóvenes con un proyecto de vida personal que beneficie siempre lo colectivo, partiendo del diagnóstico cierto de que hoy, más que nunca, eso no existe y nuestros jóvenes necesitan ser protegidos.