Este mes cumplo 40 años. Pensé que el hecho de sobrepasar lo que posiblemente será la mitad de mi vida, me iba a resentir de una forma mucho más tétrica y depresiva, pero la verdad es que como muchos de mi generación, me siento bastante cómodo luciendo algunas canas, bastantes arrugas y un look laboral que hace 20 años, jamás pensé que adquiriría.
Claro, si de comprar poleras a 5 lucas con dibujos de mis bandas favoritas, a pagar más de cien mil pesos por un terno “reguleque” han pasado más de dos décadas en las que se madura a fuerza de porrazos, de ensayos y errores y de los cachetazos a veces brutales de la vida, aunque aún así, no dan ganas de adquirir el rostro compungido de un hombre falsamente sabio y dar consejos como si fueran verdades absolutas. Para nada. A estas alturas todavía queda mucho camino por recorrer y muchas lecciones por aprender. Sin embargo, no está demás compartir algunas de aquellas parábolas vividas en este tiempo, sirvan a quien le sirvan para su propio interés, carcajada, observación o desprecio.
Uno se olvida que fue niño. Mientras más pasa el tiempo, más te alejas de aquella forma mágica de mirar la vida, en donde los adultos son maestros y los abuelos parecen sacados de cuentos de hadas, en donde el mundo tiene explicaciones relacionadas con fantasmas, duendes y la magia. A los 40, no es mal momento de recuperar esa mirada. La verdad, es que ojalá nunca la perdamos; espero que siempre mantengamos la sorpresa y el asombro adosados a nuestros ojos no sólo para ver las cosas con una mirada siempre curiosa, sino que además para entender un poco mejor que pasa por las cabezas de aquellos que recién están entendiendo lo duro, frustrante y triste que puede ser el mundo, pero también para jamás dejar de disfrutar de las pequeñas alegría que están a la vuelta de la esquina.
Odia a tus padres. Es parte de la adolescencia y la búsqueda de la identidad. Pero después, reconcíliate con ellos. Al fin y al cabo, la experiencia dicta que en los peores momentos, generalmente tu familia más cercana es la única que está ahí para ponerle el pecho a la balas y ayudarte a ponerte de pie nuevamente.
Cuida a tus amigos. Esos que hiciste en la básica, en la media, en la “U”, en la práctica, en la pega… Nunca suelen ser más de cinco. Los demás son puros conocidos. A los amigos hay que tenerlos cerca de cualquier manera porque además de tu familia, son los únicos que te acompañarán en esos días aciagos que en cualquier momento te tocará enfrentar. Es más, cuando llegan esos momentos es donde realmente aprendes quiénes son los que vale la pena llamar realmente amigos.
A los 40 uno ya se siente con la confianza de despotricar, pero no esa confianza inocente y despreocupada de los 20, cuando disparas contra todo y contra todos, cuando sientes que puedes cambiar el mundo a tu antojo. Ahora, sabes que no puedes cambiar el mundo… pero que si puedes contribuir con pequeños grandes actos a ello. Mides un poco más tus palabras y tus acciones, piensas un poco más en las consecuencias, pero jamás te eches para atrás, ya sean 20, 40, 60 u 80 años. Ese rebelde juvenil que quería cambiar el universo nunca debe morir, así como tampoco el niño, porque los sueños irrealizables son una muy buena y poderosa razón para levantarse cada mañana y no pagar las cuentas, trabajar para vivir o esforzarte por llenarle los bolsillos de plata al dueño de tu empresa. Esos son anexos de un libro mucho más interesante de escribir que es de la vida que tú quieres hacer y llevar, sin importar cuánto te hayan pegado abajo del cinturón…
En fin, llegar a los 40 no ha resultado ser gran cosa. Apenas un nuevo cambio de folio en el que me doy cuenta que hay ideas y proyectos añejos que es mejor dejar de lado para preocuparse de aquellos que realmente importan, considerando que estás en la mitad de la carrera y con el tiempo en contra, quizás el momento ideal para reafirmar algunas creencias y desechar otras por inútiles y fatuas, mirar el futuro y hasta a la muerte con un poco menos de displicencia, acostumbrarme a que pasados los 50, mis opiniones probablemente tendrán mucho menos valor para las nuevas generaciones que se tomarán el presente con toda la fuerza y el empuje de la juventud, que a los 60 me empezarán a dejar de lado y en las últimas filas por viejo, que cada día que pase las sonrisas hacia mí serán más complacientes y menos sinceras y que los achaques de la edad se convertirán en tema de conversación con los pocos amigos y conocidos que queden de mi generación y con los que me encontraré sólo de pasada en algún recinto médico y con los que me reuniré en los funerales de los que vayan partiendo y en los bautizos de nuestros nietos… Pero mientras tanto, queda mucho por hacer todavía, por eso, bienvenida esta nueva década, la que quizás marca la cúspide de muchos de nosotros, soberbios y egoístas seres humanos, pero también el inicio del ocaso que, espero, sea mucho más delicado y respetuoso conmigo y con ustedes de lo que es con muchos de nuestros ancianos en la actualidad. Al fin al cabo, la mayoría vamos para allá…
Por eso, bienvenidos los 40, con todo el asombro, ideas, proyectos, aprendizaje, obstáculos y metas que traiga, porque nunca es tarde tampoco para embarcarse en nuevas aventuras…
Última Hora
COMPARTE ESTA NOTICIA