Antes de implementarse en nuestro país la medicina social, hubo galenos que mostraron una actitud de mucha humanidad con lo que acaecía en la industria minera, principalmente salitrera. En tal postura, exhibieron una sensibilidad por el dolor de miles de obreros que, recién comenzaban a ser amparados por la legislación social, que se inicia en 1906 con la ley de habitaciones para obreros, pero, también una acción práctica para subsanar los males que les aquejaban. En tal perspectiva, queremos hacer un reconocimiento a una pléyade de médicos que, con tesón y coraje, se alejaron de la comodidad que le ofrecía su profesión en el seno de la sociedad regional.
Dentro de este grupo, queremos destacar dos que resaltaron la indiferencia del Estado por su situación tanto social como médica, y dos que abordaron iniciativas en pro del mejoramiento de la salud de los obreros.
Nos estamos refiriendo a Nicolás Palacios, Antonio Rendic, Lautaro Ponce y Leonardo Guzmán.
Nicolás Palacios fue el célebre autor de Raza chilena, y por sus fundamentos esgrimidos en ese texto, que es una defensa de los mapuches y de los colonos pobres nacionales en tierras del sur, contra la fuerte inmigración europea, cuestionando a la italiana y en general a la procedencia europea meridional, quedó integrado al grupo de los escritores nacionalistas del Centenario. Estableció el mito de la presencia goda en nuestro país. Pero, comúnmente, se olvida de su ejercicio como médico en Iquique. Fue testigo de la masacre de la Escuela Santa María, el 21 de diciembre de 1907. Sus artículos en el periódico “El Chileno”, de Santiago, en febrero de 1908, bajo el rótulo “Ecos de los sucesos de Iquique. Un estudio importante sobre la petición de los trabajadores”, se han constituido en una fuente primordial para la recreación del trágico suceso represivo. Sus artículos fueron rescatados por el historiador Oscar Bermúdez Miral, quien los dio a conocer en un estudio publicado en la Revista Chilena de Historia y Geografía.
En su relato, Palacios sitúa las circunstancias de la bajada de los pampinos hacia el puerto, planteando sus peticiones y de qué manera se fueron desenvolviendo los acontecimientos, teniendo al frente al general Silva Renard, que ordenó la fatídica descarga sobre los obreros amontonados en el establecimiento educacional.
El desgarro de los obreros, ahora, por las condiciones de calidad de vida y por las modalidades de trabajo, llevó al médico Lautaro Ponce, junto a su hermano Galvarino, odontólogo, a escribir una narración de fuerte impresión intitulada Los obreros del salitre, en la imprenta Skarnic, en 1911. Un volumen de más de 300 páginas, que con escalpelo examina las peripecias humanas en la pampa salitrera, con todas las inclemencias naturales, pero también las institucionales que afligen a los enganchados desde tierras sureñas para laborar, con mejor sustento que en las haciendas, en las distintas oficinas desparramadas en el desierto. Sus inquietudes por mejorar las condiciones de vida de aquellos enfermos broncopulmonares y aliviar a los afectados por enfermedades infecciosas, obtuvo del gobierno para erigir el pueblo de Pampa Unión. Desde 1911, el poblado fue creciendo tanto material como demográficamente, convirtiéndose en el gran emporio de la pampa y confluencia de la vida alegre. Allí tentaron su suerte, inmigrantes de todas partes: los árabes, expertos en el comercio ambulatorio, pudieron hacerse de cierto capital en este poblado; al igual que los chinos, Julio Tan o Juan Tan Argote, que contribuyeron al florecimiento de este asentamiento. No obstante, el poblado no quedó eximido de rencillas, hasta que a mitad de la década de 1950 oficialmente se dio por deshabitado. Juan Panadés y Antonio Obilinovic, en 1988, escribieron sobre estos médicos comprometidos con la justicia social, en Pampa Unión: Un pueblo entre el mito y la realidad.
Los hermanos Ponce, incursionaron en la política y en la salud pública. Una comunicación del Dr. Edmundo Ziede, nos ha traído un hálito de evocación, pues, junto a otros galenos, procura reimprimir este texto de Galvarino y Lautaro, que ha sido esquivo en las bibliotecas públicas nacionales. Lo leímos, a mediados de la década de 1980 en la Biblioteca Nacional, y tomamos apuntes- no se permitía fotocopiar- que desafortunadamente se extraviaron.
En la pampa de Antofagasta, desenvolvieron su ejercicio de la medicina, el doctor Luis Oyarzún, en la Oficina Arturo Prat, el doctor Nicolás Anguita, en la Oficina Luisis, el doctor Enrique Costagnino, en la Oficina Eugenia, el doctor M.J.Canales en la Oficina Delaware, el doctor Olegario Olivares en la Oficina Santa Luisa, entre otros galenos. El Dr. Selim Carrasco observó las enfermedades venéreas en el Hospital del Salvador de Antofagasta, entre 1925-1929, publicando un volumen sobre El peligro venéreo.
Nuestro conocido médico croata Antonio Rendic- Ivo Serge, en la literatura- también prestó atención a la pampa salitrera, no solo en su lírica testimonial del tránsito del viejo Antofagasta hacia el Nuevo, que demarca el último lustro del decenio del 20 y los albores de la década de 1930. Su ética profesional no le permitió que la botica de una empresa extranjera, dejara los medicamentos “vencidos” para el elemento nacional y los nuevos para la colonia. Cuando me lo contó- y lo transmitimos para el libro biográfico de su persona- reforzó esa inclinación por la medicina social del que dio muestras en sus atenciones en calle Latorre. Su poesía salitrera fue expresiva tanto de la nostalgia de la naturaleza profanada como de las huellas de hombres y mujeres que transitaron por los senderos de las áridas tierras de nuestro interior. En un volumen de poesía de 1967, anotó “Pampino, pampino soy. / Y adonde vaya, / llevo salitre en las manos/ y rojo sol en el alma”. En el imaginario social quedó esculpido ser conocido como “el médico de los pobres”.
Si el Dr. Lautaro Ponce, brindó su sanatorio en Pampa Unión, al cual podían recurrir los enfermos y los accidentados en el trabajo, refería un periódico local en 1911, hubo un flagelo que los médicos constataron con amarga realidad, la silicosis, que, en la pluma de Ivo Serge, significó para miles de obreros: “Tos que estrangula de a poco/ y hiere y mata a traición. / Polvo y tierra, silicosis…/ Asfixia, sangre y sudor”.
El doctor Leonardo Guzmán, antofagastino, se destacó como político radical, que no solo fue diputado sino ministro, y descolló, especialmente, en los estudios oncológicos llevados a cabo con los pampinos de nuestro desierto de Atacama. En efecto, hacia 1918, el Dr. Luis Prunes observó una nueva enfermedad provocado por las radiaciones solares y el factor mecánico, que en 1939 rotuló como “cáncer de los salitreros”. Cuando en 1923 la Sociedad Médica de Santiago, examinó los tres primeros casos, el Dr. Leonardo Guzmán se interiorizó de este nuevo azote, analizando, entre otros, el caso de un cargador del salitre en el puerto de Antofagasta. Sus investigaciones le condujeron a presentar un trabajo en el Congreso del Cáncer en Bruselas en 1936. Esto levantó una mayor atención científica, siendo descartado por el Dr. Alfredo Contreras un nexo entre el salitre como agente carcinogenético, en 1948.
Dar noticia de estos médicos, constituye reconocer un sendero que traza con orgullo nuestra historia social y refiere que, antes de la medicina social fuese introducida en las aulas de las facultades de medicina en nuestro país, hubo una pléyade de galenos que tuvieron, además del juramento hipocrático, como norte de sus vidas, mejorar las condiciones de vida de nuestro pueblo y advertir de los riesgos a que estaban expuestos los habitantes del desierto de Atacama.
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