En el marco de las elecciones en nuestro país, hemos sido testigos de un debate político que a muchos nos ha dejado un gusto bastante amargo. La frase de Goebbels acuñada por error a Lenin en el último debate presidencial, pareciese ser, en primera instancia, un detalle pintoresco; pero en el fondo, refleja algo más preocupante: la inexactitud y desprolijidad en la evidencia que respaldan las declaraciones.
El psicólogo social Kurt Lewin (1936) señalaba que las personas se comportan de acuerdo con sus nociones de realidad y no necesariamente siguiendo la realidad que entendemos como empírica (externa o social), a lo cual denominó realidad psicológica. Es así, como refiere el teorema de Thomas (1928), si una persona define una situación como real (aunque no lo sea), las consecuencias de lo que subyaga desde la misma, si serán, finalmente, reales.
Esto se torna preocupante, cuando en esta dinámica de percepciones subjetivas e inexactitudes se abordan irresponsablemente temáticas de política pública tan sensibles para el desarrollo de nuestro país, como son el sistema de escolarización y la educación.
Durante la presente campaña, se han planteado fervientes críticas desde algunos sectores políticos en el marco, por ejemplo, de la nueva ley de inclusión escolar. Los dardos se apuntan – por nombrar algunos aspectos – hacia la eliminación del co-pago, considerado por sectores políticos conservadores como una herramienta válida de inversión en la escolarización por parte de los padres, o la supresión de las políticas de selección arbitraria, indicando que esto afectaría el derecho a elegir y las oportunidades de aquellos estudiantes que, con su esfuerzo o merito, han logrado un mayor desarrollo.
El candidato de Chile Vamos caricaturizó irresponsablemente en su franja electoral el nuevo modelo de asignación diferida, llamándola tómbola, situación que le valió críticas desde su mismo ex Ministro de Educación, Harald Beyer, catalogando la situación como una chambonada. En esta misma línea, mediante una columna de opinión, diversos investigadores de las dos universidades más importantes del país, entregaron una serie de fundamentaciones técnicas, defendiendo activamente el nuevo sistema de selección escolar, catalogándolo como científico.
Bajo una correcta implementación, el esquema disminuirá la arbitrariedad del proceso y los sesgos socio económicos y académicos, abriendo la puerta a una futura distribución más equitativa de la población escolar dentro de las escuelas públicas y subvencionadas, que según datos del Ministerio de Educación (2011), representan un valor cercano al 90% del total del sistema escolar. Es en este tipo de ejemplos donde comenzamos a observar el choque entre, por un lado, la realidad subjetiva inexacta y por el otro, la realidad empírica basada en la evidencia existente.
Existe extensa literatura académica disponible que argumenta la defensa del por qué de la importancia de impulsar las políticas en educación antes señaladas. En esta línea, es de destacar el trabajo realizado por investigadores de la Universidad de Chile (especialmente desde el CIAE), quienes, a través de sus diversos estudios y análisis, revelan – por ejemplo – las angustias que viven los padres de sectores vulnerables debido a la excesiva estratificación socioeconómica presente en los procesos de selección arbitrarios y discriminatorios, como a su vez las nefastas consecuencias del screening que incrementan exageradamente la segregación en nuestro modelo educativo. Parte de este análisis puede encontrarse en el libro El gran experimento (Bellei, 2015), que examina en detalle cómo las políticas de mercado y la privatización influyen negativamente en la educación de nuestro país.
Ante esta avalancha de imprecisiones, prejuicios y sesgos, que sólo desinforman e inducen al error, es el deber de la academia, como productora de evidencia, alzar la voz en post de brindar datos concretos que desmitifiquen estas profecías autocumplidas de catástrofe y penurias. Ello, con el fin de establecer un debate social serio y de altura de miras que vaya más allá del color político. Nunca lograremos una educación equitativa e inclusiva si se defiende (con información inexacta) modelos que ya dejaron claro que no son los más pertinentes para lograr una sociedad más cohesionada y colaborativa. No lo digo yo, lo dice la evidencia.
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