En tiempos en que se encuentra altamente valorada la distinción y la diferencia, en tiempos convulsos en que, a diario, nos enteramos de una pelea en una escuela en nuestra ciudad, más allá de la violencia estructural, de las que las autoridades parecen ciegas, sería interesante pensar en la cultura y los signos que hemos validado, por ejemplo, a través de las modas.
El filósofo alemán Walter Benjamin, puntualizó antes que todo, la cuestión temporal, ya que la moda está vinculada, en varios sentidos, con el tema del tiempo. La coordenada temporal con la que la vinculamos es el presente: la moda es siempre un “ahora”. Hablamos no sólo de modas de lo que vestimos, sino también de modas teóricas, modas de lo que se lee, de lo que se escucha, modos de comportamiento que se imponen. Y esta temporalidad de un presente contínuo es cada vez mayor, pues antes las modas tenían una mayor duración y hoy, cada vez menor; hay una renovación constante, una suerte de eterno retorno de lo nuevo, lo que resulta una paradoja, porque si es el “retorno” ¿cómo va a ser de lo “nuevo”?
Otra coordenada temporal con la que vincula a la moda es el pasado. Walter Benjamin dice “la moda es el salto del tigre al pasado” primero, porque la moda siempre retoma algo anterior, algo que quedó en el pasado que, además, pasa a formar parte de una marca o una señal de un tiempo o una época.
La moda está llena de información y, si uno sabe leer bien la moda, podrá leer algunas informaciones del futuro que se están justamente anunciando en alguna corriente de moda, sobre todo en el plano cultural.
En otro plano, el filósofo francés Roland Barthes, lo que hizo fue intentar pensar la moda, específicamente el vestido y la moda femenina, desde la semiología. Esto significa que va a pensar la moda en los aspectos que tiene del lenguaje. Barthes señala que en las sociedades industriales y tal como se presenta la moda, el objeto de deseo no se dirige al objeto, si no a un lenguaje, porque siempre en este tipo de sociedades entre el consumidor y el objeto se crea una serie de modos de definir, de lenguajes, de nombres para justamente vendernos eso, su valor simbólico. La ropa es una marca de valor simbólico, por eso puede ser analizado desde la lingüística o la semiología. No compramos un vestido solamente porque necesitamos ponernos un vestido, lo que consumimos es una serie de lenguajes que marcan status o estados.
Finalmente, lo que tenemos que considerar es que la moda no es algo simplemente banal o efímero. Es el valor simbólico lo que nos incita a desear y comprar un objeto, a comportarnos de un modo determinado, a suscribir una idea y, habría que estar atentos, pues el lenguaje que lo acompaña no esté tan vacío, sino que esté dotado de ciertas causas o modificaciones interesantes de la realidad.
¿Qué pasa con nuestros jóvenes en Antofagasta? ¿Qué los impulsa a las peleas dentro y fuera de las Escuelas que los han mantenido en primera plana de las informaciones los últimos días? ¿Cuánto hay de moda en estas peleas que nos recuerdan a las peleas de catch del siglo XX? ¿Qué lenguaje no estamos leyendo que anima tan duras manifestaciones de violencia?
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Hay una moda más global, cuya emancipación se manifiesta en conductas barbáricas cómo el hedonismo, la procastinación y las riñas. Un ambiente latentemente agresivo y materialista donde las pugnas de micropoderes por microespacios hace gala de la ubicuidad.
Era de esperar tal degradación una vez que se instala por más de dos decenios la subcultura de lumpen y el esnobismo representado tristemente en lo que se ha denominado musica urbana, que de música tiene bien poca y que ostenta agravios mucho más propios de subirbio que de urbanidad.
Lo peor está por venir… El pesimismo hoy baila reguetón en el oráculo.