“¿Qué fue primero: la música o la tristeza? ¿Me dio por escuchar música porque estaba triste? ¿O es que estaba triste porque escuchaba música? ¿No te convierten todos esos discos en una persona de tendencia melancólica? Hay quien se preocupa, y mucho, de que los niños pequeños jueguen con armas de fuego, de que los adolescentes vean vídeos en los que la violencia es moneda corriente; nos da miedo que esa esa especie de cultura de la violencia termine por tragárselos como si tal cosa. A nadie le preocupa en cambio que los niños escuchen miles, literalmente miles de canciones que tratan siempre de corazones destrozados, de rechazos y abandonos, de dolor, tristeza, pérdida. Las personas más desgraciadas que yo he conocido, románticamente hablando, son las que tienen un desarrollado gusto por la música pop.”
Este fragmento de la novela de Nick Hornby, Alta Fidelidad, retrata muy bien a la generación cuya educación sentimental estuvo vinculado a la música y, en particular, a las tristes melodías, cantadas por grandes intérpretes en nuestra infancia de los años ’70.
Un ejemplo icónico es “Corazón de poeta”, un sencillo del álbum del mismo nombre de la cantante española Jeanette. Compuesto por Manuel Alejandro y Ana Magdalena (pseudónimo de su mujer, Purísima, que adoptó en homenaje a la esposa de Johann Sebastian Bach) el año 1981, logró altas ventas y es una de las canciones más conocidas de la intérprete.
En nuestra ciudad, la voz dulce y cándida de Jeanette, llegaba hasta nuestras púberes existencias a través de las ondas de Radio Antofagasta, emisora de Amplitud Modulada muy popular en las familias antofagastinas durante la década de los ‘80. Los sencillos acordes de la canción permitían que quedara en el recuerdo de modo inmediato, y la letra y el uso de figuras retóricas, tales como la comparación, la metáfora y la hipálage, hacían que encajara con el género lírico.
En la composición, el hablante lírico es una chica enamorada que nos cuenta acerca del chico que ama. Seco, huraño y callado, a través de la letra se manifiesta el fluir de conciencia de una dulce y bella chica ensoñada; para ella, no existen defectos en él, su mirada transforma todo en belleza, aceptación y sometimiento. Curiosamente el ideal romántico que nos presenta es el inverso del amor cortés, encontramos una relación de vasallaje, pero esta vez el hombre toma el lugar de Señor y la mujer el lugar de la sierva.
En la música, como en la literatura, el amor es un tópico: el mal amor, el buen amor, el desamor. Sus aciertos, inestabilidades y padecimientos han transformado esa realidad discursiva que presenta al deseo como un fundamento para insistir, morir o divertirse.
La década de los 80 con su contexto sociopolítico y cultural particular comenzaba la búsqueda de alternativas para hacer diferente la vida y este impulso se ve enfrentado a los esfuerzos articulados por transformar en no política la invasión del mundo de la vida, en un intento de que lo personal deje de ser político y es, en este territorio, donde la sentimentalidad aparece como objetivo central de conquista y dominación.
De cualquier modo, Jeanette de la mano, como tantos, del gran Manuel Alejandro formaron y conformaron una educación sentimental suave y delicada que agradece cuando, casualmente, esta canción aparece en la radio, en redes o en una lista de spotify para transportarnos a mundos posibles de infancia.
