Ya realizadas las elecciones primarias para dirimir candidaturas presidenciales, podemos hacer los primeros balances y constatar el momento virtuoso que vive Chile como parte del proceso de profundización del sistema democrático.
Ha sido virtuoso que estas elecciones se hayan efectuado en un contexto de importantes innovaciones políticas tales como la elección de los Gobernadores Regionales, la instalación de la Convención Constituyente y el surgimiento de nuevos rostros para asumir responsabilidades públicas, que ha dado paso a un proceso de renovación e innovación política no menor.
Es auspiciosa la participación electoral en estas elecciones primarias (más de tres millones de electores), aunque aún sigue siendo baja en relación al padrón electoral.
Es destacable y estimulante que los resultados de estas primarias hayan instalado en la carrera presidencial a quienes emergen de una nueva generación de servidores públicos en ambos lados del espectro político. Este fenómeno no es espontáneo, es el resultado de un largo proceso que no ha sido distinto a otros de la historia política, y que se caracteriza por las resistencias del establishment político a dejar los espacios a un renuevo necesario.
Dicho lo anterior, han ganado esta contienda quienes buscan captar el centro del espectro político y a los electores que valoran los cambios paulatinos y sostenibles en el tiempo, y son perdedores aquellos que aún no han sabido interpretar y asumir las demandas que amplias mayorías han expresado el último tiempo: un sistema de previsión más justo, un sistema de salud pública de calidad, ciudades menos segregadas, educación de calidad y un desarrollo sostenible con inclusión y cohesión social, entre otras. Estos ganadores no fueron percibidos por las encuestas a raíz de que ha surgido un cúmulo de encuestas y estudios de opinión poco rigurosos que no muestran las metodologías utilizadas para acreditar confiabilidad y validez, lo que hace necesario tener un sistema de regulación que asegure credibilidad en estos estudios
En este escenario, las candidaturas de Narváez y Provoste enfrentan nuevos y mayores desafíos para validarse, ya que la mayoría de los competidores descubren, un poco tardíamente, que son los sectores de centro quienes dirimirán la elección presidencial. Del mismo modo, es dable esperar que la conformación de listas de candidatos a parlamentarios (as) esté marcada por muchos rostros nuevos y por la irrupción de una nueva generación en nuestro sistema político.
Sólo quedan dos interrogantes: ¿Por qué candidatos (as) se inclinará el 80% que no participó en estas primarias? ¿Estaremos ad portas de una competencia electoral centrada en propuestas programáticas consistentes y que le hagan sentido a la ciudadanía? La primera tendrá su respuesta en noviembre próximo, y la segunda, si es positiva, sería la evidencia de una nueva fase de maduración democrática y del sistema político, y porque no decirlo, de reencantamiento con la política.
