Era seco Jack Bauer. Tan seco que en ocho y media temporadas de “24” se echó a casi 300 terroristas… y un perro. Tan bacán que resolvía todo con las más lacónicas, concretas pero perfectas frases. Le mataron a la esposa y por lo menos a cuatro otras parejas, pero el tipo siguió trabajando para el gobierno estadounidense; un héroe gringo de esos a la antigua, apenas matizado por algunos golpes emocionales que no eran capaces de detener su imprudente y a veces injustificable comportamiento en el que cualquier medida es válida con tal de proteger los sacrosantos valores de la Constitución y la democracia estadounidense. Y eso, claro, nos regaló a los fanáticos algunas de las mejores y más tensas secuencias de acción en la TV.
Era tan bacán Jack Bauer que durante la serie, que se narraba durante 24 capítulos en tiempo real, jamás fue al baño a orinar ni a defecar, manifestando el férreo control mental que tenía hasta sobre sus necesidades básicas. Ni hablar de comer y con suerte, darse unos segundos para tomar agua o lavarse la cara; un ídolo que quizás marcó el fin, al menos por el momento, de los personajes más rudos y duros de la televisión porque esos ya no venden: ahora están más de moda los hombres cursis, esos que no se consideran machos, los que lloran y son capaces de manifestar abiertamente sus sentimientos y hasta los macabeos. Y Jack Bauer no era así.
Nuestro Jack era de gatillo rápido y emociones limitadas, un dinosaurio de una época en que el estereotipo del jefe de manada era un paradigma imbatible hasta que los nuevos tiempos dijeron otra cosa. Por eso es tan difícil encontrar una mujer que se haya enganchado con “24”, tanto como un hombre que vea “Grey’s Anatomy”.
Los hombres como Jack Bauer ya no tienen espacio en el nuevo imaginario y apenas si se mantienen como bosquejos de la reciedumbre articulada por los símbolos tácitos de una cultura que a estas alturas nos parece tan absurdamente gringa que hasta da risa. Quizás de ahí el fracaso de la décima temporada, ya sin Bauer convertido en un épico cowboy del siglo XXI, un personaje en el que todos nos quisimos convertir alguna vez pero, insisto: ya los tiempos no están para eso.
Probablemente una crisis terrorista a gran escala vuelva a poner de moda en el futuro a personajes como Jack Bauer, no sé si en el mismo formato de “tiempo real” que fue toda una acertada táctica para darle a “24” un valor audiovisual que de otra forma no hubiera tenido, pero estoy seguro que volverán caracteres como él, todo un paradigma del heroísmo del estadounidense que por la bandera es capaz de cometer los peores crímenes, que creen que su estilo de vida es el único estilo de vida; fundamentalistas del McDonald’s y de la NRA que veneran a sus instituciones como si fueran oráculos. Y es ahí donde un personaje como Jack Bauer, con sus defectos y virtudes, encaja a la perfección, en ese mundo y esa realidad que se desmoronó después del 11-9 y nos puso el mundo de cabeza; prototipo de una época en donde la violencia se justificaba siempre y cuando el bien mayor fuera Estados Unidos.
Aún así, te extrañamos, Jack. Sufriste lo indecible, sacrificaste todo lo que la vida te había regalado, sudaste sangre por salvar a los que después de vendieron como Judas. Disparaste más balas de las que podemos contar con tal de defender tus ideales, te vestiste de héroe anónimo para darle una lección a todos los terroristas serbios, traficantes mexicanos, traidores y dobles agentes de tu propia nación, malnacidos chinos comunistas, supremacistas blancos, soviéticos nostálgicos y árabes renegados hasta perderte en un tu propia identidad, recuerdos y arrepentimientos de la más variada y turbia calaña.
Quizás por eso queríamos ser como tú, Jack, porque a pesar de todo, tenías tu corazoncito y sin importar lo que pasara, tus acciones tenían un efecto y cual trágico héroe griego, terminaban solo, abandonado y a veces hasta sin tu identidad lo que, al fin y al cabo, confirma que en esta vida y solo en algunas series de TV, todos pagamos nuestros pecados. Amén.
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