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Antofagasta
viernes, 22 noviembre, 2024
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Vivir o morir en Antofagasta

Hace tiempo escribí respecto de la diferencia entre ser ciudadano y ser habitante. En términos sencillos y resumidamente, a mi juicio se trata de una cuestión de actitud frente a las cosas que pasan en nuestro entorno, donde el ciudadano ejerce derechos y deberes y el habitante se monta en su nube de indiferencia frente al mismo.
En este sentido valoro la actitud de un grupo de antofagastinos que han tomado como bandera de lucha la contaminación de la ciudad. La valoro en tanto es un grupo que no siente indiferencia ante una situación que catalogan como injusta y peligrosa.
Pero la misma situación da cuenta de la indiferencia de una inmensa mayoría que, o ignora el tema o no le interesa. Una inmensa mayoría que, claramente prioriza otras cosas antes que salir a  la calle a manifestarse por una causa que evidentemente no les importa.
Al respecto son muchas las preguntas que surgen; preguntas que buscan comprender el por qué estas causas no logran “prender” en la gente. ¿Será por las personas que lideran estos temas que no logran convencer; será un problema de credibilidad?; ¿será que es algo que ven lejano y de ahí la despreocupación? ¿O sencillamente es algo que carece de sustento?.
En fin, las respuesta deben ser dadas concienzudamente por cada uno.
En mi caso, la forma en que planteó esta causa en particular no me gustó. Derecha, franca y fraternalmente la considero alarmista, violenta e inconducente. Fundamentalmente porque no soy partidario de los slogans marqueteros, que con frases rimbombantes y apocalípticas buscan llamar la atención y (supuestamente) remover consciencias. Por la misma razón que rechazo, por ejemplo, la campaña del terror que la derecha instaló respecto de la Reforma Educacional, hago lo propio con expresiones como “Este polvo te mata”.
No se trata de esconder el polvo bajo la alfombra. Efectivamente, y los estudios de un lado y otro así lo indican, Antofagasta tiene presencia de metales pesados en distintos sectores.
Paralelamente existe un Registro Poblacional de Cáncer de la Región de Antofagasta, el cual da cuenta de la incidencia de casos de tumores cancerígenos en el quinquenio 2003-2007, donde se puede concluir que esta enfermedad (sumadas sus distintas variedades) es la primera causa de fallecimientos en nuestra Región, al contrario de lo que sucede a nivel país, donde es la segunda. El mismo informe (al menos su presentación en ppt) en sus conclusiones señala que esto puede deberse tanto a factores sociales como ambientales, sin hacer ninguna ligazón categórica de causa y efecto.
Desde mi humilde opinión, e inexperta experiencia en temas de esta índole, resulta fundamental, básico y de sentido común (un «bien» cada vez más escaso) contar con un estudio que correlacione o establezca categóricamente (tan categóricamente como la expresión #EstePolvoTeMata) que este (ya tristemente célebre y oscuro polvo) es el culpable de la alta incidencia de cánceres de nuestra región; de tal manera, que se justifique con certeza científica y con claridad absoluta que “sí usted decide vivir en Antofagasta morirá de cáncer junto a todos los suyos”, como nos han estado diciendo desde hace algún tiempo.
En lo personal me he preocupado de buscar y leer información; he consultado con expertos, médicos, gitanos, tarotista y otras yerbas, y no hay acuerdos. Nadie, con un mínimo de seriedad, has sido capaz de ser tan tajante para afirmar que #EstePolvoTeMata (salvo los dueños de la campaña). Lo que si hay, son dudas, presunciones, probabilidades, posibilidades y muy pocas certezas.
Efectivamente, nuestra población regional estuvo expuesta grandes dosis de arsénico que ingirió durante años junto con el agua. Eso fue entro 1950 y parte de los 80´. Lo que implicó la implementación de plantas de abatimiento de arsénico. Quizás hoy estamos viendo las consecuencia de aquellos años; pero también hoy el escenario es otro.
Por lo anterior, a lo que apelo es al equilibrio, a la rigurosidad, al uso de herramientas y metodologías científicas que nos brinden certezas, que nos ofrezcan información clara para tomar decisiones igual de claras.
Hoy, así como en las cajetilla de cigarro, estamos colocando avisos en cada entrada de la ciudad que dicen «llegar a Antofagasta puede producir cáncer». Y eso, según yo, no es así.
El punto es: ¿Qué vamos a hacer para remediar esta situación? y aquí me quiero detener en un último aspecto que flota en el ambiente: la desconfianza.
En este momento nadie le cree nada a nadie. Si la autoridad dice que fiscaliza y que toma medidas, es mentira; si la empresa dice que ha mejorado los procesos, es mentira, si un «movimiento» dice que el polvo te mata, es mentira.
Para que esto funcione debemos empezar por recomponer las confianzas, transparentar (acciones e intenciones) a ser claros.
Si al final de este polvoriento y oscuro pasaje de la historia de Antofagasta, se concluye que efectivamente hay presencia de metales pesados en la sangre de las personas, más allá de la norma, y que eso nos está matando seré el primero en revelarme, en exigir explicaciones y ofrecer disculpas si es necesario, pero mientras tanto, ante un tema tan delicado y sensible pido estudios, planes; pido cordura, sensatez y cariño por nuestra tierra.

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